«Entra en los libros y los cierra y Barrie se pregunta qué es lo que ocurre cuando un libro se cierra, cuando el cuento que cuenta es interrumpido. Barrie se pregunta cuál es la velocidad de un libro: ¿la velocidad que desarrolló el autor al escribirlo o la velocidad que alcanzan los lectores al leerlo? Es más: ¿se detiene un libro cuando se lo deja a un lado o son los libros máquinas de movimiento perpetuo que funcionan sin necesidad de los lectores? Los libros como motores mágicos que no dejan de impulsar a sus héroes y villanos hacia nuevas orillas y palacios y es por eso que no conviene interrumpir su lectura, piensa Barrie: uno se pierde tantas cosas cuando cierra un libro. Hay noches en que Barrie juraría que oye a los libros conversar entre ellos, mezclarse, contarse sus vidas y sus obras, recordar sus tramas, sus mejores momentos. Barrie piensa que leer es hacer memoria y que escribir, también, es hacer memoria. Los recuerdos del que escribe -los escritores no hacen otra cosa que recordar algo que se les ocurrió o que les ocurrió o que no les ocurrirá nunca, pero que ahora ocurre mientras escriben- se incorporan a los recuerdos del que lee hasta ya no saber dónde empiezan unos y dónde terminan los otros. El escritor como intermediario, como espiritista espiritual, como iluminador de la manera en que los libros son los fantasmas de los escritores vivos y los escritores muertos son los fantasmas de los libros. Y tal vez eso sea la inmortalidad, el no envejecer nunca, se dice Barrie. La tienta como el elixir de la vida eterna que se bebe a través de los ojos, y Barrie piensa que si hay algo mejor que ser escritor, ese algo es ser personaje.»
Rodrigo Fresán: Jardines de Kensington
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