Es evidente que el primer objetivo de un idioma es comunicar aunque no es el único. Viajo a Francia con relativa frecuencia porque mi hijo trabaja allí. Entiendo y hablo francés pero lo utilizo poco en mi vida cotidiana y a veces no encuentro la palabra que quiero o, si me hablan deprisa, me pierdo algo. En ocasiones, como me defiendo mejor en inglés, en los sitios turísticos como puede ser un hotel, me paso al inglés pensando que así estamos más cerca de la igualdad de condiciones, yo no hablo mi idioma materno, mi interlocutor tampoco. Pero he ahí que mi hijo, ocho años ya viviendo y trabajando en el país vecino, me dice muy serio «los franceses te tratan mejor si hablas francés», y me deja pensando. Vaya, nunca se me había ocurrido tratar mejor a los turistas que hablan español frente a los que no lo hacen aunque sí, todos sabemos que los franceses son especialmente celosos con su idioma. De hecho, es el país de Europa que menos inglés habla, por delante incluso de España, sí, quién lo diría.

Los franceses añoran aquellos tiempos en los que hablaban un idioma casi universal, un idioma que copió toda Europa, que se hablaba en San Petersburgo y que era considerado el idioma de la cultura y del glamour. Pero las cosas han cambiado mucho, Francia ya no ocupa esa posición predominante, no más que Alemania en todo caso. Los franceses han hecho una defensa encendida y tenaz de su idioma, pero han perdido la batalla frente al inglés, que se ha convertido en la lingua franca del mundo. Ellos siguen peleando siendo los primeros que rechazan los términos ingleses en su lengua cotidiana, pero el resto del mundo camina por otro sendero, acorta y aprende inglés porque es la lengua en la que entenderse en todo el mundo.

No obstante, estoy de acuerdo en que Francia es un gran país y yo este año proseguiré con mis clases de francés para hablar mejor, para tener otra ventana abierta al mundo y si de paso, ellos me tratan mejor, miel sobre hojuelas.