Cómo puede una palabra expresar tantas cosas, tan diversas y tan misteriosas, por no decir inspiradoras. Pues bien, esa es una de las capacidades del lenguaje, decir tanto con tan poco, contar con una palabra que es una herida o un bebedizo envenenado o una melancolía que se agrava con el crepúsculo. Una palabra que te envuelve y te cambia, se apodera de ti y te hace llorar, como a la madre de Elena Ferrante, o escribir, como a la propia autora. Os dejo con esta cita tan hermosa.

«Mi madre me ha dejado un término de su dialecto que usaba para decir cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían. Decía que tenía dentro una frantumaglia. La frantumaglia -ella pronunciaba frantummàglia- la deprimía. A veces le provocaba mareos, le producía un sabor a hierro en la boca. Era la palabra para un malestar que no podía definirse de otro modo, que se refería a una multitud de cosas heterogéneas en la cabeza, detritos en el agua limosa del cerebro. La frantumaglia era misteriosa, causaba actos misteriosos, era el origen de todos los sufrimientos no atribuibles a una única razón evidente. Cuando mi madre ya no era joven, la frantumaglia la despertaba en plena noche, la empujaba a hablar sola y después a avergonzarse de ello, le sugería alguna melodía indescifrable que cantar sin entusiasmo y que luego no tardaba en apagarse con un suspiro, la impulsaba a salir de casa de repente dejándose el fuego encendido, la salsa quemándose en la cacerola. A menudo también la hacía llorar, y la palabra se me quedó grabada desde la infancia para definir, ante todo, los llantos repentinos y sin motivo consciente: lágrimas de frantumaglia

Elena Ferrante: La frantumaglia