Nunca dejamos de aprender a hablar y nunca nuestro lenguaje es el mismo. Hay palabras de la niñez y palabras ligadas al ámbito del trabajo. Crecemos, aprendemos un idioma e incorporamos palabras y expresiones al idioma materno.

Nos enamoramos y nuestra lengua se llena de poesía, se vuelve lírica, blanca y tierna, se llena de diminutivos y de adjetivos. Y si vienen los hijos nuestra lengua se atonta, repetimos las sílabas para comunicarnos con ese pequeño que clava sus ojos en los nuestros bebiendo cada sonido que pronunciamos. Y si viniera el desamor, Dios no lo quiera, la lengua se llena de lágrimas, se dejan las frases sin acabar, entra la lengua en el invierno y los términos se tornan fríos y áridos. Nos mostramos creativos porque nada como la pena para que la pluma vuele sobre el teclado.

La lengua cambia al transitar por la vida. Hay un tiempo en el que enmudece en busca de silencio. Se repliega, mira hacia dentro y se entretiene leyendo nuestra conciencia, indagando en el pasado. Es el tiempo de encarar el lugar que ocupamos en el mundo. Nos decimos que hay idiomas que ya no aprenderemos y lugares que nunca visitaremos, pero podríamos juntar un buen puñado de palabras, ordenarlas con sencillez y contar una vida, la mitad de ella, lo suficiente para definir quién es el que habla. Cuenta con un vocabulario amplio, con niveles y desniveles que marcan los lugares que se han visitado, los sentimientos que se han transitado, las personas que se han tratado.

En esa mirada interior hay también un miedo poderoso: el miedo a perder las palabras, miedo a ser alguien que no sabe quién es porque sin la memoria no somos nadie y aunque esa enfermedad no se materialice, también empezarán a olvidársenos las palabras. Primero los nombres propios y después las palabras más recientes, las que no han tenido tiempo de amarrarse a las neuronas.

Y así camina uno a través de la lengua recorriendo una vida que se puede contar en un par de cientos de palabras, pero palabras que serían propias, heredadas de los padres, compartidas con los hijos, hechas en casa.