Esperaba distraída en la cola del supermercado. Inevitablemente siempre me acuerdo de que este era el ejemplo que ponía Paul Krugman para explicar el equilibrio de los mercados. Las personas se van colocando en la cola de la caja que menos gente tiene y así van equilibrando el tiempo de espera, lo mismo que pasa con la oferta y la demanda. Levanto la vista y veo en la fila de al lado un hombre de unos 40, 50 años que está sacando su compra, parece tener prisa. Yo diría que es inmigrante, eslavo lo más probable, y compra solo para él, no parece tener que alimentar niños. Son 36,40 euros, le dice la cajera. ¿Cómo?, ¿sí?, ¿tanto? No pensaba… Será la margarina y estas galletas, responde la cajera sin mirarle. Él retira esos productos y le pide que le diga cuánto es la cuenta sin ellos. «Por favor, un supervisor a la caja 5», se oye por megafonía. El eslavo paga la cuenta y se va mientras el supervisor llega y recoge los productos que este hombre no podía pagar.

Y ahí estábamos los dos, yo que he comprado mucho más de lo necesario y él que no ha podido pagar lo que quería comprar. Y he pensado en Iván y en que él se habría encogido de hombros y habría dicho «así son las cosas», con esa resignación tan propia de las gentes del este.