En el camino de mi casa al centro de la ciudad hay un semáforo en el que siempre están colocadas unas flores. Están amarradas junto a la foto de un chico joven que una noche perdió la vida en ese cruce. Hoy había una mujer colocando un ramo. Por la edad podría ser su madre. No llevaba escrita la tragedia en la cara. Era una mujer normal aunque quién sabe lo que es ser normal. La gente que pasa a nuestro lado en la calle es normal aun cuando alguien haya perdido un hijo en un accidente o tenga a su marido muriendo de cáncer o lleve ya cinco años sin trabajo.

Mientras sigo andando imagino que la mujer terminará de colocar las flores y quizás vaya a la pescadería a comprar una merluza. Y nadie reparará en el gran agujero que hay en su corazón, en el miedo que le da enfrentarse a la silla vacía que su hijo dejó en la mesa. Y quizás sueñe con él y se despierte de madrugada pensando si habrá vuelto de la fiesta que tenía con sus amigos. O quizás no, porque a veces nuestra mente se defiende y se afana en evitar que la pena lo invada todo.