Oigo en la radio que es miembro de la Academia de Cine, que un día desayunó con Charles Chaplin y que su padre fue el alma de La Codorniz. Le conocí en el Hotel María Cristina el verano de mis diecisiete años, cuando intentaba ganar algún dinero trabajando de telefonista. Él era un productor que acudía al Festival de Cine de San Sebastián. Una tarde me preguntó a qué hora terminaba y si quería salir a dar una vuelta. Era mayor pero muy atractivo y le dije que sí. Tenía un coche descapotable muy bonito y me sentí importante, solo en las películas había visto coches así. Enfiló hacia el Monte Igueldo en un atardecer precioso del mes de julio. Detuvo el coche debajo de unos tupidos plataneros desde los que podíamos ver el mar. Yo pensaba que iríamos a dar un paseo o quizás a tomar algo, pero se quedó allí, el motor parado, mirándome fijamente. Se acercó despacio sin dejar de mirarme. Tenía unos ojos preciosos y yo me sentí una actriz. Llevaba un vestido que me había cosido mi madre. Era de tela de gabardina en tonos azules, cuello vuelto, sin mangas y con cremallera en la espalda. Él debía de haberse fijado porque llevó las dos manos detrás de mi cuello y empezó a bajarme la cremallera. Me asusté. ¿Pensaba desnudarme? Me aparté bruscamente y murmuré algo, no sé qué. Recuerdo que no estaba enfadada, solo sorprendida y asustada. Él se quejó decepcionado. Me subí la cremallera rápidamente aunque no me atreví a moverme. Podía haber salido del coche, haber echado a correr, pero me quedé muy quieta. Él salió del coche y me dio la espalda. Se masturbó allí, contra el árbol, frente al mar, mientras yo permanecía alelada en el coche mirándome las manos. Pensé que había equivocado el código, las señales, que esas citas debían ser cosas de mayores y yo no estaba a la altura. Cuando terminó volvió al coche, lo puso en marcha y bajamos hacia el centro. No recuerdo si nos dijimos algo porque yo estaba en estado de shock. No pensé que me hubiera agredido ni que hubiera abusado de mí, solo que se había desahogado, esas cosas debían de pasarles a los hombres. Me dejó en el hotel y no volví a verle aunque todavía recuerdo con extraña nitidez lo que aquí he contado. La otra mañana estaba en la radio, es ya muy mayor pero igualmente todo volvió a mi. Yo tenía 17 años y él 42.
Comentarios
Valiente, Gema
Gracias, Antonio. He pensado que ya que puedo, debía colaborar a que otras más jóvenes no se sientan, por lo menos, culpables.
Gracias por compartirlo. Seguro que ayuda a muchas.
Ojalá. Gracias, Maite.