El tiempo ocupa un lugar primordial en nuestra vida, tan primordial que es prácticamente la vida misma, pues la vida no es sino el tiempo transcurrido entre nuestro nacimiento y nuestra muerte. Y como el lenguaje está tan pegado a la vida, las expresiones en torno al tiempo y los calificativos que le ponemos a este sustantivo son numerosos.

A nuestra juventud la llamamos nuestro tiempo, como si el resto de nuestra vida fuera de otros. Cuando hay una crisis, una guerra o cualquier situación complicada la resumimos diciendo que son tiempos difíciles. Y si es cuestión de que alguien repare en lo que se resistía a aceptar, decimos al tiempo. Cuando no sabemos qué hacer hablamos de matar el tiempo y cuando queremos expresar la necesidad de la espera decimos que hay que dar tiempo al tiempo

En el fútbol hay un primer y un segundo tiempo y un tiempo de descuento. El tiempo vuela, pasa, se desvanece, hablamos de comprar tiempo con la idea de hacer aquello que siempre nos ha parecido un sueño y recientemente se ha creado el concepto de banco de tiempo. Algunas cosas solo suceden de tiempo en tiempo. No estaría mal tener una máquina del tiempo con la que poder viajar al pasado y sobre todo al futuro, quizás así veríamos cuán amplia es la historia y nos daríamos cuenta de que el tiempo que uno vive es apenas un suspiro en el espacio, un suspiro en el que nos gustaría ver resueltos todos los males con los que convivimos, desde el cáncer hasta la violencia de género, pero el tiempo de la propia vida no da para tanto. Vivámoslo, sin embargo, con intensidad y desparpajo, y de vez en cuando, concedámonos un tiempo muerto.