Observo a la gente en una ciudad que no es la mía. Es una ciudad importante en horas bajas. Hablo de Barcelona, sí. Busco esteladas en los balcones, lazos amarillos en las solapas, signos de tanto ruido como se oye en los medios de comunicación y lo que veo son muchos inmigrantes. El taxista que me llevó al hotel era sirio y el conserje, árabe, (extraordinariamente amable y respetuoso).

Cómo se conjuga esa población que ha nacido en otros países con la marea independentista quién sabe. Si era difícil entender la situación de mi propia comunidad, cómo atreverse con teorías explicativas cuando uno, por mucho que haya oído hablar del tema, no conoce todas las claves.

Se ven las noticias en la televisión pero nunca se ven las vidas, tantas vidas afectadas, tantos documentos que estarán sin firmar en una mesa a la espera de que alguien se siente a ella y los firme y resuelva así la adjudicación de unas oposiciones, la urbanización de un barrio, la construcción de una escuela… Imagino lo hartos que deben estar tantos catalanes, aun en el silencio de su desesperación, y solo puedo una vez más y aunque parezca lo contrario, pensar lo importante que es la política. Como Agustín Goytisolo escribía a su hija Julia, nunca digan «no puedo más y aquí me quedo», opinen, actúen y voten.