Diríamos que un vasto mundo se extiende entre el italiano y el inglés y que hay mares de distancia entre el chino y el español. Y, sin embargo, todas las lenguas tienen muchas cosas en común, más de las que podríamos imaginar. La cuestión es que todo eso que es igual está expresado de forma distinta.

Por ejemplo, en todos los idiomas el sonido mantiene con el significado una relación de arbitrariedad. Todas las lenguas implican redundancia (un exceso de medios con relación a la información efectivamente transmitida), serían esos casos en los que decimos subir hacia arriba, o bajar hacia abajo. Todas las lenguas poseen el recurso de la ambigüedad (en la que se basan muchos chistes) y todas las lenguas albergan multitud de irregularidades. Todas tienen la posibilidad, a partir de un número de signos limitado, de producir enunciados en número infinito. Todas tienen un carácter evolutivo perpetuo, siempre están cambiando. Todas permiten la invención, la creatividad, los cambios de sentido y el juego. Y todas están estructuradas en tres niveles: el del sonido, el de la disposición gramatical y el del sentido.

Así que, ya ven, todas las lenguas son distintas, sí, pero también más iguales de lo que en un principio podríamos pensar.