Cuando viajo se aparca la vida. Estoy como suspendida en el limbo. No hay lunes ni martes ni fines de semana. Hay un nuevo país y una nueva forma de vivir los días y un nuevo idioma. Todo es tan distinto que hay que estar despierto porque nada se hace de forma automática. Y cambian las caras y las referencias. Hay que aprender desde cómo funciona la ducha hasta dónde se puede comer. Se pone a prueba nuestra capacidad de adaptación, salimos de las certezas y entramos en el área de lo inesperado. Abandonamos por un tiempo los quehaceres cotidianos, no hay que hacer la compra, ni la comida, ni recoger la ropa, a cambio nos acompaña la inseguridad: aparecerá nuestra maleta, nos perderemos en el metro, cómo será el hotel…
Lo que ocurre en nuestro país desde fuera se percibe menos importante, la lejanía lo hace pequeño, no parece que afecte a nuestras vidas, colgadas en el limbo. Añoramos algunas cosas y disfrutamos de otras muchas. Contentos de ver que nos desenvolvemos a pesar de todo, eso nos lleva a pensar que tenemos recursos, que podríamos resolver cosas que ahora no se nos ocurren pero que quién sabe… Y sin nada de todo lo que hace nuestra vida más fácil, encaramos cada día como una nueva aventura, cada día un poco más envalentonados.
Buscamos el contacto con los que hemos dejado atrás. Les contamos lo que hacemos, les enviamos fotos y ellos, la familia, los amigos, también nos buscan para saber dónde estamos, cómo estamos y qué hacemos. Nos gusta que se asombren y pregunten y secretamente esperamos que nuestra figura se agrande un poco en su aprecio.
Y cuando volvamos ya nunca miraremos el país que hemos visitado de la misma manera. Washington será para nosotros la ciudad en la que estuvimos en una manifestación que no tenía nada que ver con nuestras vidas, en la que nos emocionamos como si fuéramos ciudadanos estadounidenses porque en eso reside una de las grandezas del ser humano, en tener la capacidad de empatizar con nuestros semejantes, en reconocernos en ellos aunque vivan a más de tres mil kilómetros de distancia.
Porque cuando viajamos, hasta nosotros mismos somos otros.
Comentarios
«porque en eso reside una de las grandezas del ser humano, en tener la capacidad de empatizar con nuestros semejantes, en reconocernos en ellos aunque vivan a más de tres mil kilómetros de distancia». Completamente de acuerdo.Lo malo es que no se practica mucho