El oficio de escritor, ese que nos da tantas satisfacciones a tantos… ¿En qué consiste?, ¿en juntar palabras?, ¿en armar realidades? Probablemente en todo eso y en mucho más: nos da la oportunidad de vivir vidas distintas, nos traslada a países y reinos y mundos que jamás habitaremos, nos conforta con realidades que se parecen a las nuestras, amplía nuestros horizontes mostrándonos personas que nunca seremos, nos permite evadirnos de malos momentos y alejar extensas soledades. Nada más y todo eso.
La uruguaya es un libro que se lee de tirón, que te atrapa, te identificas con su protagonista y hasta te pasas un par de días pensando en argentino, de tanto como te metes en el libro. Les dejo con esta cita tan elocuente acerca del trabajo de escribir.
“¿Cuál era mi destreza? ¿Combinar palabras? ¿Armar frases elocuentes y expresivas? ¿Qué sabía hacer yo al fin y al cabo? Cada vez que gané guita en mi vida, ¿fue a cambio de qué? Juntar palabras en una hoja no me había dado mucha plata. Enseñar, un poco más, quizá. Mis clases en la facultad, mis cursos de redacción, mis talleres. El truco en los talleres era no intervenir demasiado, contagiar entusiasmo literario, dejar que la gente se equivoque y se dé cuenta sola, alentar, guiar, dejar que el grupo se mueva por su cuenta, que cada uno encuentre eso que está buscando y se conozca mejor. Algo así. Por eso me pagaban en instituciones y universidades. Pero ahora era distinto, ahora me estaban dando plata para que me sentara a escribir. Les quedaba debiendo. Y la deuda era algo invisible que estaba oculto en mi cerebro. Una sucesión de imágenes relatadas que debían salir de mi imaginación. Aquello con lo que yo tenía que pagar no existía, no estaba en ningún lado. Había que inventarlo. Mi moneda de cambio eran una serie de conexiones neuronales que irían produciendo un sueño diurno, verbal. ¿Y si no funcionaba esa máquina narrativa?”
Pedro Mairal: La uruguaya
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