He hablado en otros posts de la relación directa que existe entre una lengua y la sociedad que la habla, no nos debe extrañar entonces que uno de los rasgos más singulares de la lengua japonesa sea el culto a la cortesía.

El japonés cuenta con una extensa gama de pronombres para señalar los grados de educación, riqueza compartida por los verbos, que tienen raíces distintas para expresar la misma idea según la persona que la realiza. Esas formas verbales también varían en función del grado de respeto existente entre el hablante y el destinatario, pero además se tiene en cuenta a la persona de quien se habla, lo que exige sufijos diferentes para cada caso. Estas precisiones son tan complicadas y exigentes que incluso es posible que se produzca una situación en la que no hay fórmulas que respeten la cortesía requerida y, cuando esto sucede, es tal el desconcierto o la descortesía en que se puede incurrir que los interlocutores evitan hablarse.

A tal complicación se añade la necesidad de disponer de verbos con raíces distintas según el grado de cortesía que se quiera utilizar. Los verbos más frecuentes se duplican para indicar la humildad o el respeto. Y luego están las partículas finales, los sinónimos, las repeticiones… Toda una serie de formas dedicadas exclusivamente al servicio de las exigencias sociales. Algunos prefijos como o- y go- no tienen más finalidad que indicar la cortesía, algo así como si añadiéramos honorable a la palabra que acompañan.

En el País Vasco es frecuente que nos saludemos con un simple «epa», algo así como un «hola» muy a secas, por eso cuando escuchamos a los franceses sus «Au-revoir mesdames et messieurs, bonne journée…» a veces nos parecen simpatiquísimos y otras empalagosos. No quiero ni pensar si nos comparáramos con los japoneses o lo que pueden pensar los japoneses de nosotros.