La historia del lenguaje, para no ser distinta a la de otras áreas de la cultura, ha tenido también un tiempo en el que los sucesos se explicaban con algo parecido a la mitología.

Rousseau en un ensayo titulado «Essai sur l’origine des langues», escrito en 1782, establecía diferencias entre las lenguas… en función del clima. Sí, han leído bien, el clima. Las lenguas del norte eran ásperas, vocingleras y claras, mientras que las del sur eran elocuentes, vivaces y oscuras. El francés, el inglés y el alemán -lenguas del norte- eran consideradas por Rousseau frías, pensadas para el razonamiento y la cooperación. Las del sur, en cambio, eran lenguas para hablar de los misterios sagrados, imponer leyes a los pueblos y arrastrar a las multitudes (dicen que pensaba en el árabe y el persa).

Durante un tiempo estas creencias influyeron en los intelectuales de la época, que eran los únicos a los que les llegaba lo que otros intelectuales pensaban y escribían, hasta el punto de que incluso mi admirado Saussure llegó a afirmar que «el clima y las condiciones de la vida pueden llegar a influir en la lengua», aduciendo como ejemplo que las lenguas de los lapones y finlandeses tenían más elementos vocálicos que el italiano.

Hoy, si leyéramos un tuit con una afirmación semejante lo atribuiríamos a El Mundo Today y pensaríamos «qué geniales son estos tíos».