Guay es una palabra que se puso de moda en la década de los 80 y que pasó a ser usada profusamente. En principio, el adjetivo venía a decir que algo era ‘especial, extraordinario y atractivo’, pero tuvo tanto éxito que enseguida pasó a significar ‘bueno, bonito, estimable, amable’. Se utilizaba como adverbio en pasarlo guay, y se aplicaba como adjetivo también a las personas: ser una tía guay.
La palabra guay es, en realidad, muy antigua y significaba ‘¡ay!’, en el sentido de lamento o amenaza: «¡Guay de mí!», ‘¡Ay de mí!’, «¡Guay de ti si me haces mal!», ‘¡Ay de ti si me haces mal!’, puede encontrarse en La Celestina (1499), de Fernando de Rojas. Se mantuvo vivo este significado hasta el siglo XX cuando la palabra coincidió con los significados de gay, en inglés, ‘divertido, brillante’. Esta coincidencia fonética y la confusión semántica han dado algún que otro quebradero de cabeza a los etimologistas y ha propiciado anécdotas divertidas como esta: en cierta ocasión una empresa editorial decidió publicar la famosísima Guerra y Paz, de León Tolstoi. La editorial decidió dar a la prensa una versión reducida y se escogió una agradable traducción del siglo XIX. La novela, desde luego, no era la versión integra, pero a cambio se ofrecía una de las primeras traducciones de Tolstoi al español y resultaba ser un documento valioso para los investigadores y muy atractivo para los lectores.
El caso es que el traductor decimonónico escribió que Napoléon gritaba: «¡Guay de los rusos!». La frase era perfectamente correcta y expresaba una amenaza con toda la dignidad del mundo, pero un lector no lo entendió así y escribió ofendidísimo a los editores: «Es intolerable. ¡Napoleón habla igual que mi hijo! ¿Dónde se ha visto que Napoleón dijera alguna vez guay?». Al parecer, la editorial le envió una amable carta donde le decía escuetamente: «Véase Diccionario de la Real Academia, ed. 1992, página 755, columna tercera».
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