Manuel de Larramendi fue un escritor, sacerdote y filólogo vasco que dedicó buena parte de su vida a exaltar y defender el euskera de los ataques de aquellos que pensaban que era una lengua bruta e imposible para la cultura: «Bien sé que tengo que lidiar con los extraños y con los propios, con los doctos y con los ignorantes: pues hasta el vulgo quiere interesarse en esta lid».

Con solo leer los títulos de algunas de sus obras podemos saber por dónde van los tiros. En 1728 escribió De la antigüedad y universalidad del vascuence en España: de sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas, demostración previa al arte, que se dará a la luz de esta lengua. En 1729 publica El imposible vencido. Arte de la Lengua Bascongada, obra en la que recrea una gramática de la lengua vasca, algo que muchos creían imposible (de ahí el título) y a los que responde: «Al oírlo, unos reirán, otros fruncirán los labios, otros tocarán a disparate. Ese es modo baratísimo de argüir».

Está claro que Larramendi era uno de esos vascos trabajadores y emprendedores, pues en 1745 publicó en dos tomos su Diccionario Trilingüe, Castellano, Bascuence y Latín. Tenía tanto empeño por convertir al euskera en una lengua culta que inventó numerosos neologismos.

Es famoso también Larramendi por buscar las más disparatadas etimologías para el léxico vasco. Como en otros ejemplos que traje a este blog recientemente, le perdía la pasión por su lengua, el euskera, al que consideraba la mejor de todas las lenguas: «¿Y no será bastante fruto de mi diligencia el descubrir una lengua, que en tantos siglos ha estado sepultada en el olvido, desatención y desaire, aun de sus naturales? Pues no como quiera descubro a mi lengua vascongada, sino que la remozo en su ancianidad, hasta dejarla convertida en dama de las lenguas: averiguo su origen y nobleza: le doy un rostro bellísimo, y en un cuerpo gentil un alma justísima: toda en fin la prendo, como dicen, de veinte y cinco alfileres, no buscados en otras tiendas, sino los que ella misma tenía ociosas en su tocador». Y así, la defendió y exaltó como se defiende a un hijo, más allá de lo razonable.