Hoy, sin saber a cuenta de qué, venía preguntándome por qué nos gustará escribir si no sirve para nada. A quién le dan de comer unas líneas (me refiero a los lectores), qué necesidad satisfacen, qué más da si hay un escritor más o uno menos en el mundo. Y, sin embargo, aquí estoy, embebida en esta cita de «Autorretrato sin mí», que tanto me gustó. Qué es lo que hay en nosotros que nos hace sentirnos dichosos ante «unos vocablos ordenados con mayor o menor pericia» y sí, como dice Fernando Aramburu, «por un hombre a quien ni siquiera conozco personalmente». No sé lo que es, pero está claro que está ahí, en muchos de nosotros, y que, con toda seguridad, seguirá estando.

«En los vocablos ordenados con mayor o menor pericia por un hombre a quien ni siquiera conozco personalmente, por una mujer que quizá ya no vive, busco porciones de profundidad que procuren espacios nuevos a mi defectuoso entendimiento. Busco un poco de música verbal que me consuele y emocione. Busco, en fin, aquellas invenciones curiosas, intensas, divertidas, dramáticas, que, ideadas por un escritor de genio y revividas por un lector atento, continúan significando en unas páginas.

Horas gratas, horas de serenidad, que generosamente deparan a un hombre el aliciente de una aventura en su crepúsculo. Una prosa que acierta a fluir con maestría, en la que se aúnan la naturalidad, la perspicacia, la elegancia. Unos versos finos como hilos de cristal que pronuncio con cuidado, en voz baja, para que no se rompan. No se me ocurre con qué mayores dones podría despedirme el día.

Y así, no es raro que en el momento de entregarme a la noche acuda a mi garganta una honda sensación de agradecimiento. Extinguida por fin la luz, todavía admirado, acaso conmovido, me parece percibir en la oscuridad del cuarto, mientras espero que me venza el sueño, el olor literario del papel.»

Fernando Aramburu: Autorretrato sin mí