«Desde que llegué a USA no paro de oír gente hablando en castellano. Primero, las azafatas de American Airlines, bastante bien. Después, el gigantesco clon de Michael Jordan de la aduana, que no tenía nada de hispano, dispersaba a la gente por las distintas filas, arengaba en inglés, dirigía el tránsito humano con los brazos y al final, harto, gritó: «¡Rápidou!» con muchas erres y para que lo entendiéramos. A la noche, en Chicago, la dueña del bar le daba indicaciones a un mozo: «Josué, limpia por fabour bajo aqueia mesa, somebody spilled ketchup». En otro bar sonaba Celia Cruz cantando los versos de Martí «… para el amigo sincero que me da su mano franca…». Y una cajera: «Where are you from? Argentina. Ah, yo soy colombiana». Y la mucama del hotel, con un ojo blanco y ciego, y… (la lista sigue).

Casi podría haber venido hablando castellano todo el camino y seguir hablando castellano acá y hacerme entender. En Miami ya parece la primera lengua. En Chicago, no tanto, pero se oye bastante. Se hace evidente el poder expansivo del castellano. Algunos americanos podrán resistirse, como ese juez que acusó de abusadora a la niñera por hablarle en castellano a su hija y «condenarla así a ser mucama de por vida». Pero la mano que mece la cuna gobierna el mundo. Dentro de dos generaciones, Estados Unidos va a ser bilingüe. Algo avanza lentamente. A pesar del frío polar que parece querer empujar las vocales castizas de vuelta al sur. Algo avanza, se mete en la vida, en los rincones, en el sueño de las anglo-conciencias. Hace unas semanas un jaguar se comió a su cuidadora en un zoológico de Denver. El jaguar se llamaba Jorge.»

Pedro Mairal, Maniobras de evasión