Leer ha sido siempre una tortura china para mi hijo. Cómo leer si no podía parar quieto ni sabía concentrarse. La escuela exhibe un discurso de integración que no puede cumplir, no puede satisfacer las necesidades de los excepcionales: ni las de los que son muy listos ni las de los que tienen dificultades para aprender. La escuela fue un tormento para mi hijo y también para nosotros porque nunca conseguíamos alcanzar el nivel que se suponía que teníamos que alcanzar. Por eso cuando un día J comentó, así como al socaire, que a la mañana siguiente tenía una prueba de lectura se me pusieron los pelos de punta.

¿Y has leído el libro? Buenoooooo. ¿Qué es lo que tienes que saber? Pues lo que pone en el libro. ¿Y te lo has leído?, intervino su hermano. Sí, diez páginas. ¿Diez páginas has leído?, repitió su hermano con sorna. No, bueno, esto, me faltan diez páginas. Ay, Dios, pensé yo, ni siquiera lo ha abierto. Y ¿de qué va?, siguió su hermano. Pues… de un perro… creo. ¿Lo tienes aquí?, dije yo, venga, tráelo.

Salió disparado a su cuarto y volvió con un libro que solo con verlo se podía saber que no era para él. Comencé a leer el libro con la esperanza de que algo le sonara al día siguiente y empezó él a abrir sus ojazos mirándome fijamente. Se quedó callado, quieto, tranquilo… mientras yo iba desgranando las palabras y con ellas iba levantando el universo de un relato. La seducción de que nos cuenten una historia hizo mella en él y quedó prendido de mi voz sin permitir que ningún otro estímulo le despistara.

Al cabo de un rato, su hermano tomó el relevo y siguió leyendo. J cambió la dirección de sus ojos, pero ese fue todo su movimiento. Estaba transportado, la historia había alcanzado su corazón y quería saber qué pasaba, cómo terminaba. Y así nos fuimos alternando con la historia de Kavik, un perro lobo que sufre un accidente en la nieve y es rescatado de una muerte segura por un niño de 13 años.

Fue precioso ver a J tan entusiasmado con un libro. Se enterneció con la narración, se metió de cabeza en ella y sufrió con Kavik cuando el perro estaba herido y abandonado en la nieve, «pobrecito», decía, y al día siguiente fue a clase contando a todos la historia del perro lobo y de cómo un niño le salvó de la muerte. Y esa noche en nuestra cena sucedió un momento mágico, aunque no sé si alguien más que yo se acuerda.