Nada me parece más triste que llegar a una edad, mirar hacia atrás y considerar que la vida de uno no ha merecido la pena, que la hemos malgastado. Se me ocurre que uno se tiene que sentir terriblemente desgraciado ante algo tan vital que no tiene remedio. Hasta donde sabemos, solo tenemos una vida, no hay forma de volver atrás ni posibilidad alguna de reparación si no la hemos aprovechado bien. Por eso me impresionó tanto esta cita, también porque su autor tenía 32 años, iba a morir pronto de un cáncer y la obra no es ficción, sino una autobiografía. Como aclaración, diré que «escapar a Moscú» era una metáfora que usaban en su familia como sinónimo de «huir», «desaparecer».

«Si en este momento debo resumir y juzgar mi vida no puedo hacer otra cosa que llegar a la conclusión de que ha sido una vida equivocada y fracasada. Mientras hay vida, uno puede consolarse siempre diciéndose que la vida no ha fracasado más que «hasta ese momento» y que en el futuro tal vez podrá mejorar. Pero frente a la muerte no existe esa vía de escape y tampoco el «hasta este momento»; entonces ya sólo se puede decir: «es un fracaso». En esa situación extrema tampoco hay posibilidad de escapar a Moscú; frente a la muerte no sirve para nada ni vale de nada ponerse gafas de color rosa y fingir que la vida de uno «no ha sido tan terrible y que uno muere enteramente reconciliado consigo mismo y con el mundo».

El libro es duro, como se pueden ustedes imaginar, pero es una auténtica experiencia vital vivida en el pellejo de otro, que es lo que llamamos literatura. Aunque en esta ocasión la ficción no existe, solo el recuerdo.

Fritz Zorn, Bajo el Signo de Marte