El japonés es una lengua hablada por más de 125 millones de personas, todas ellas amables y educadas. Debería, por tanto, ser una lengua atractiva, pero no lo es porque todos pensamos que es una especie de jeroglífico impenetrable. El hecho de que su grafía sea tan distinta al alfabeto latino nos pone los pelos de punta. El japonés tiene tres alfabetos: el Hiragana, compuesto por 46 sonidos; el Katakana, silabario que se utiliza sobre todo para escribir palabras de origen extranjero; y el Kanji, caracteres picto-ideográficos de origen chino. Sin embargo, no todo son complicaciones pues solo tiene cinco vocales, igual que en castellano, ni «es» cerradas, ni «oes» abiertas, ni nada que no podamos vocalizar a la primera de cambio, lo cual está muy bien.
De dónde procede el japonés es un tema aún no resuelto, algunos expertos incluyen este idioma en el grupo de las lenguas altaicas (lenguas habladas en Asía Menor y Asia Central), mientras otros piensan que el japonés está relacionado con las lenguas dravídicas (lenguas habladas en el sur de la India). Y aún hay quien lo relaciona con el euskera.
La lengua japonesa ha recibido una gran influencia de la lengua china a lo largo de su historia, lo que se traduce en un sistema de escritura ideográfica tomado de China, como ya he mencionado más arriba, y en una gran aportación de léxico chino. Sin embargo, lingüísticamente hablando, el japonés tiene poco en común con la familia de las lenguas chino-tibetanas a las que pertenece el chino.
Esta semana asistiré a mi tercera clase de japonés. Espero poder decir gracias, adiós, encantada… cuando viaje a Japón, aunque, la verdad, en estos momentos me parece imposible llegar a leer un simple cartel del metro.
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