Cuando estudias una nueva lengua todo tu afán se dirige a llenar las celdas de tu idioma materno. Intentamos que las palabras coincidan una a una, que las categorías gramaticales sean las mismas, es decir, traducimos sin parar. Si conocemos más de un idioma, la base de comparación se amplía un poco, pero igualmente buscamos que la nueva lengua se corresponda con las que ya sabemos.
Poco a poco te vas dando cuenta, con desesperación primero y con resignación después, de que cada idioma tiene su propia organización y que si, por ejemplo, sus verbos no expresan el futuro, de alguna manera se las arreglará esa lengua para expresarlo. Añadirá una partícula o quién sabe qué.
Y al que aprende no le gusta nada que le cambien la estructura que tan afianzada tiene en su cabeza, no le gusta verse obligado a recomponer la disposición de las cajitas, con lo bien que expresa todo el idioma en el que le habló su madre.
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