Parece que eso de que los políticos hablen sin decir nada, utilicen conceptos vacíos y nos lancen discursos vanos e insulsos es algo que no sucede solo en España.

«Y para aprender lo que no hay que hacer deberían hacerles ver también los discursos de los malos oradores: los que no dicen nada, los que lanzan oraciones largas que parecen no concluir nunca sin concretar una sola idea, los que hacen un roto atrás de otro con palabras inútiles, los que se pierden en sus floripondios, los que usan sujetos sin predicado, los que barbarizan todo con la excusa de que, en el fondo, a nadie le importa. Peores que mentiras. No está tan seguro de que los entrenen en oratoria, no sabe cómo preparan hoy a los jóvenes de un partido. ¿Miran vídeos de discursos? ¿Buscan en internet entrevistas a políticos de distinta ideología, incluso extranjeros? ¿Sesiones del Congreso? ¿Repasan hechos históricos? Cambió tanto aquello que supo ser la política. Cómo lloró aquel día de octubre de 1983. Ahí sí que estaba presente. Ahí quisiera estar siempre. Alegría y llanto. Y Raúl que cierra el acto recitando el Preámbulo de la Constitución Nacional con fuerza pero como si fuera un poema. Adolfo, por supuesto, lo sabe de memoria. Y lo recita en ese baño: «Constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino».

 

Claudia Piñeiro: Las maldiciones (2017)