A veces escribo en este blog de mi hijo menor como si fuera el único que tengo, quizás porque la desgracia nos lleva más a deshacernos de ella, a ponerla en palabras por ver si así vuela y sale de nosotros y deja de causarnos pesadumbre.
Mi hijo mayor, el otro, está estos días en casa y es tan grata su compañía para mí que aun estando con él siento a veces el pellizco de pensar en el día que se irá. Y me digo, no, no pienses eso, ahora está aquí, disfrútalo. También se me ocurre en otras ocasiones si no será una relación excesiva la nuestra, si no compartiremos demasiadas cosas, como si no fuera normal que nos guste tanto a los dos la compañía mutua.
Y así echamos los días en pasear por San Sebastián, yo le trato como a un turista enseñándole todo lo que hay de nuevo desde la última vez que estuvo aquí: una librería, un bar, un local de teatro… Y él se deja llevar y traer y se nota que aprecia más la ciudad que cuando vivía aquí. A veces tenemos que irnos para apreciar lo que dejamos atrás.
Él se irá en unos pocos días y yo le echaré en falta. Encontraré la casa vacía y cerraré la puerta de su cuarto para no darme cuenta de que no está. Volveré a mi rutina diaria y abriré de nuevo una página en el apartado «Notas» del teléfono, una página que dice «Cosas que hacer con Martín» y ahí anotaré un nuevo restaurante, la pastelería donde hacen los brownies más ricos o esa tienda friki que han puesto en la Plaza Bilbao. Y así cuando vuelva, volveremos a pasear y a ir al cine y a probar el último pintxo de la ciudad.
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