No recuerdo cómo conocí a M pero recuerdo que un día me escribió desde la cárcel. Deduje que militaba en ETA y que había caído en una redada. Me escribía folios y folios de una apretada y pequeñita letra y yo le contestaba disciplinadamente pensando que mis cartas mitigarían su soledad. No recuerdo de qué hablábamos, probablemente de cosas cotidianas dado que las cartas tenían que pasar la censura. Yo no tenía un juicio negativo sobre su pertenencia a ETA pues en aquellos años pensábamos que cualquier oposición a Franco era buena. De aquellos polvos estos lodos, supongo. Un día me escribió diciendo que me estaba tejiendo un poncho. Un poncho de lana azul marino con unas rayas rosas que llegó a mi casa unos meses después.
Un día de 1976 él y 28 presos más se escaparon de la cárcel de Segovia. Eran 24 vascos pertenecientes a ETA y cinco catalanes (del FRAP y del PCE). No sé cómo intervenía la confección de los ponchos pero tenía algo que ver con la preparación de la fuga. La fuga no salió bien, hubo un problema con uno de los contactos que debían ayudarles a pasar la frontera y la mayoría fueron apresados en los bosques de Navarra, pero el hecho de que se produjera tuvo una gran repercusión internacional y dio lugar a la película «La fuga de Segovia».
Esta tarde he visto a M en la Parte Vieja, salía de una sociedad gastronómica hundido en una zamarra y con su eterno cigarro en la boca. Nada en él, a no ser por la tristeza de su figura, delataba un pasado tan azaroso, una vida de cárcel y fuga y película y después mucho desasosiego. Solo parecía un hombre cansado.
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Quizás tanto física como espiritualmente