La tristeza infinita de Savater desde que perdió a su mujer, Sara, me ha hecho pensar mucho. ¿Cómo es posible que una persona con tantos recursos, con tanto bagaje intelectual se sienta morir sin su compañera? Jamás habría pensado que precisamente él no encontrara consuelo en los libros, los que le gusta leer y los que escribe, o, por decir algo, en las carreras de caballos que tanto le apasionan. Parecería que ese hundimiento ante la falta de alguien fuera más propio de una persona que no tiene más intereses en su vida.

Cuenta, sin embargo, Savater que todo lo hacía por ella, «escribía para que Sara me leyera», y pienso en la fortuna de encontrar ese compañero que te invita a crecer, a ser mejor persona, he ahí el amor como motor y como sentido de la vida.

Añade Savater que ella fue su destino y que cuando un ser humano es tu destino eso es el amor. Pienso  que tú eres mi destino pues no busco ningún otro y eres la sal de mi vida. Mis días no tendrían alegría sin ti, mis afanes me parecerían absurdos si no pudiera presumir de ellos ante ti. Solo quisiera no pasar por la experiencia de perderte, como le decía Simone de Beauvoir a Sartre, «no se vaya usted primero, hágame ese favor».