Me pregunto si el extraviado del título es él, el hombre que escribe, o ella, la mujer que ha desaparecido. Ella salió un día cualquiera y no regresó. Él no sabe si le ha pasado algo o si se fue por voluntad propia. Y pasa los días viéndola por todas partes: «Quizá así abandones la costumbre de tus metamorfosis que sólo yo detecto. Por ejemplo, el gesto de una desconocida que se plisa el vestido junto a un semáforo. Eres un arbusto sucio, una nube desmelenada, una anciana temblorosa que recoge cartones. Siempre te gustaron los disfraces. No te imagino bajo el aspecto de una vieja, pero sospecho del ciego que vende una revista de mendigos junto a un cajero automático».

Al cabo de tres años decide escribirle una carta, que es el libro. Esta interpelación a alguien que ya no está es muy interesante como formato de escritura, más aún si alterna entre el tono de reproche, el dolor y la pena. Cuenta él cómo la ha buscado, ha hablado con los amigos por si pudieran proporcionarle alguna pista, ha recurrido a la policía, ha contratado un detective. Nada ha dado resultado. Ella se ha desvanecido en el aire. Ya no está. Desapareció sin dejar rastro.

Me ha gustado mucho el tono introspectivo de la novela, la prosa tan hermosa, la intimidad y el desasosiego que se desprenden de la carta. Me han gustado menos esas páginas con aspecto de novela negra, el detective, la identificación de un cadáver… porque creo que no era ese el sendero. A los que os animéis a leer este libro os esperan un sorprendente final y unas páginas muy hermosas.