Hay palabras que decimos para exorcizar el sufrimiento, palabras que escribimos para encandilar al amado, palabras que pensamos para entender la alegría. Siempre palabras; hermosas, descriptivas o escuetas como gotas de agua, pero al fin palabras. He aquí un manojo de ellas, unidas como un ramo de flores, envueltas para regalo.
«Me pregunto si lograré asirte con palabras o si te alejaré para siempre. Las elijo como quien escoge frutas en un mercado, pero al instante tu luz chupa sus jugos o tu sombra las consume y fermenta. Ignoro a qué ámbito debo dirigirme, pero no me conformo. No podría aunque quisiera. Escribo; juegas; manoseo palabras para darte un sentido, pero tú dictas las normas pues eres la estructura ausente de mi relato. Te escondes ahora mismo tras las frases de esta carta o las punteas, alzada sobre tus zapatillas de ballet. ¿Estás arriba o a pie de página? ¿Me observas desde los márgenes? Habitas el blanco del papel bajo el cual no está tu cadáver.
Esta carta es mi punto de partida: el gesto concentrado del atleta, rodilla en tierra, la espalda encorvada en la línea de salida. Eleva la cabeza un instante antes del disparo para observar el horizonte. Siente que una gota de sudor resbala por su costado: ciento diez metros vallas. Tras la carrera quedan manchas en el suelo de la página, palabras que huelen a cerezas, el hueso asomado entre la carne fermentada que devoran las hormigas. Cuando es tu luz lo que las echa a perder, mis palabras son limones cubiertos por la escarcha del moho, cáscaras sucias de mandarina, uvas donde liban las avispas… Frutos de un bodegón amargo. Pero me empeño. Es todo cuanto sé hacer: escribir, dormir mal, comer poco. Mi persecución causa un derrame de palabras al tiempo que tú te transformas: una mujer fuerte, una mujer que huele a maíz, un destello bajo el lóbulo de tu oreja, la piel interna de tus muslos, un caballito del diablo, la momia de un gato egipcio… ¿Aún palpitas?»
Juan Gracia Armendáriz: Guía de Extraviados
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