No sé si esta novela cuenta una historia de amor o una historia de desamor. Probablemente las dos. Antonio y Ángela son una pareja (ya con dos hijas) que se habían prometido envejecer juntos. Una pareja que se ha querido con pasión -como tantas-, dos personas que se dieron mutuamente una razón para vivir. Angela y Antonio son una pareja que naufraga -como tantas- perdidos en la convivencia, la rutina y, sobre todo, constatando -como tantos- que nada es como habían esperado, que envejecer juntos tiene muy poco del romanticismo que habían imaginado: «Paseamos mucho, todas las tardes por el monte cercano a la casa. Hasta nos sabemos ya los nombres de los árboles. Cuidamos juntos el huerto porque, aunque te burles, en mi fantasía de vida no falta un huerto, más como subsistencia que como actividad espiritual. Estamos juntos. Sabemos que nos tendremos el uno al otro si en algún momento nos golpea la enfermedad, la depresión, la degeneración cerebral, la parálisis corporal, la incontinencia de esfínteres y el olvido salvaje de rostros y nombres. Somos nuestro propio Estado de Bienestar. Estamos a salvo.»

La novela tiene algunas características que la hacen muy original: empieza por el final y está narrada a dos voces, la de Antonio y la de Ángela. Dos puntos de vista, dos percepciones diferentes que solo se encuentran cuando se trata de recordar los buenos momentos. Cuando se trata de hablar de infidelidad sus puntos de vista no podrían divergir más.

Isaac Rosa habla del amor como campo de batalla, del amor como equilibrio. El desamor lo convierte en queja dirigida al otro, culpable de todo lo que nos sale mal. El amor todo lo embellece, el desamor apaga el brillo de los ojos en los que nos mirábamos.

Feliz final es una novela que se lee a gusto, con una prosa que da nombre a muchos conceptos que solo tenemos como intuiciones. Este aspecto me ha gustado especialmente.