Jazmines en el pelo y rosas en la cara/ airosa caminaba la flor de la canela/ derramaba lisura y a su paso dejaba/ aromas de mistura que en el pecho llevaba. Escucho esa canción y me acuerdo de ti. Cuánto te gustaba y qué bien la cantabas. Eras un enamorado de la música, clásica, pop… toda te gustaba, cualquier cosa eras capaz de tocar con una pequeña armónica que siempre llevabas en el bolsillo. La guerra cortó de raíz tus estudios y tu vida, pero no le dabas mayor importancia.

Eras en el buen sentido de la palabra, bueno. Un hombre generoso que nos dabas lo que no tenías y que luego, ya de mayores, te queríamos devolver a manotadas Aingeru y yo. Decías a todo el que quisiera oírte que tu mayor patrimonio eran tus hijos. Cantabas a los cuatro vientos la gran suerte que habías tenido con mi hermano y conmigo que, por otra parte, no teníamos mayor mérito que ser normales y, eso sí, quererte mucho los dos.

La vida no fue fácil para ti, además de la guerra te esperaba el trago más duro que puede pasar un hombre: ver morir a su hijo. A pesar de todo seguías conservando esa máxima de Ramón de Campoamor: Nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Y seguiste buscando en la vida los colores brillantes, poniendo en Martín, tu primer nieto, toda la ilusión del mundo.

Me gusta mucho esa foto en la que me agarras la mano firmemente y miras al fotógrafo con lo que a mí me parece un derroche de orgullo y cariño y a la vez una luz de felicidad en el fondo de tus ojos. Me gustó mucho que fueras mi padre, aita.