Hablo con un buen amigo mío y me dice que está asombrado con las campañas tipo #MeToo, que no lo entiende, que si ahora cualquier mujer va a poder acusar a un hombre de haberle acosado o agredido sexualmente, que a qué viene todo esto ahora, que qué sentido tiene. Y yo pienso que no lo entiende porque las mujeres, en efecto, no hemos hablado de ello durante mucho tiempo. A veces ni siquiera entre nosotras. Verás, le digo, a mí una vez un chico joven me siguió un largo trecho y al final se tiró encima de mí por la espalda y metió su mano entre mis piernas, me asusté mucho, pero no se lo dije a nadie. En un viaje el guía llamó a mi habitación por la noche y después de una breve charla sobre el itinerario del día siguiente, me empujo en la cama y comenzó a manosearme, tampoco se lo conté a nadie porque para qué. Cuando tenía 18 años subí a casa de un conocido que me dijo que quería que viera unos libros de sus padres y yo creí en la literalidad de sus palabras, cómo me podía imaginar que en su argot «ven a mi casa» significaba vente a la cama conmigo. Y tampoco se lo dije a nadie. Para qué.

Ahora me doy cuenta de que ni mi amigo ni muchos otros hombres pueden saber de qué hablamos cuando hablamos del #MeToo o #YoTambién, aunque a nosotras nos parece evidente, porque no lo hemos contado, porque lo no nombrado no existe.

Mi amigo se asombró mucho aunque no le conté ni la mitad de las historias similares que he vivido, tampoco le hablé de la culpa, ni del miedo a andar sola, ni de tantos y tantos frenos como nos ponemos las mujeres por simple y puro miedo. Ojalá, poco a poco, nuestros amigos, parejas y todos los hombres en general vayan pensando que las mujeres por ser tales no queremos ir contra los hombres por ser tales, solo queremos que aquellos que nos agreden sepan que la agresión merece justicia. Nada más y todo eso.