Está sentada en el bordillo de una tienda, junto a una panadería. Es raro ver a una mujer pidiendo más allá de las rumanas que una banda reparte cada mañana por la ciudad. Sé que se llama Sofie y que es holandesa porque hace unos meses terminé hablando con ella. Hace tiempo que no se la veía por el centro, imagino que habrá estado en algún centro de salud pues en los últimos tiempos estaba cada vez más deteriorada, más sucia, más ida. Le pregunto si quiere un café y me dice que sí, que con leche. Ven, le digo, vamos. No, no puedo, chapurrea, y me señala todas las bolsas que la rodean entre las que también hay una caja de Don Simón. Vale, ya te lo traigo. Cuando vuelvo con el café con leche hay un chico dándole dinero y ofreciéndole un cigarrillo. Sofie sonríe y me dice que le gusta mucho San Sebastián.

Un par de horas más tarde vuelvo por allí a recoger mi moto y veo que Sofie está con una señora que le ha traído comida y cena y otro café con leche. Sofie, dame un beso, le dice. Y Sofie le besa y le abraza. Es que no sabemos lo que tenemos, se dirige a mí la señora, esta pobre en la calle, sin casa… y no sé dónde dormirá porque no me entiendo muy bien con ella.

Y pienso que qué suerte tenemos de que haya tanta gente que repare en la necesidad de los demás y que le importe y que actúe. Y qué suerte que tengamos los medios para poder hacerlo.