Tendría que empezar por explicar cómo llega una a este libro 24 años después de su publicación y nueve después de la muerte de su autor. El libro me lo deja una amiga que, de vez en cuando, pone un libro en mis manos sin encomendarse a Dios ni al diablo. Te traigo este libro, me dice, y yo leo ese libro como está mandado. Los que yo le dejo a ella, sin embargo, son bajo pedido: quiero algo ligero, para leer por la noche, con letra grande, o déjame alguna novela negra, pero que no sea turbia, ya sabes. Y así nos vamos arreglando.

Delibes se merece que uno lea un libro suyo en cualquier momento, aunque no me esperaba que fuera este un libro que me hiciera soltar la carcajada. La novela es, como bien dice su título, el diario de un jubilado. Lorenzo se prejubila y se ve de la noche a la mañana con mucho tiempo libre y poco dinero. Empieza a trabajar como acompañante-secretario de un señor adinerado (don Tadeo) que se reclama a sí mismo poeta merecedor del Premio Nobel. La relación entre ambos podría por sí misma haber llenado todas las páginas del libro, pero Delibes hace que Lorenzo se enrede con una mujer, Faustina, que termina siendo lo que parece y aún peor y que esto le ocasione algunos gozos y muchos padecimientos.

Había olvidado lo maravillosa que puede ser la prosa de Miguel Delibes, cada dos por tres encontraba una palabra que no reconocía o palabras que decía mi padre y que ya no se utilizan. Había olvidado también los nombres de los amigos de Lorenzo: Partenio, Orencio, Arcadio y Merecio, hay una novela en cada uno de esos nombres.