El italiano, ese idioma tan bonito que nos gusta a todos (como el chocolate) ostenta el raro privilegio de conservar durante cinco siglos una estabilidad impensable en otras lenguas. Los expertos achacan esta buena salud a la pronta difusión de la lengua escrita, circunstancia esta que ha conseguido mantener unificado lo que hubiera devenido varias lenguas distintas teniendo en cuenta la fragmentación política que ha vivido el país a lo largo de su historia.
El término «italiano» se ha usado para todas las lenguas de la península itálica, que son unas cuantas, pero la lengua que conocemos como italiano es en realidad solo una de ellas, la lengua fiorentina. Esta comenzó a extenderse con la unificación de 1861 y gracias a la gran difusión que tuvieron dos libros muy populares escritos por toscanos: Pinocchio (1860) de Collodi y Cuore (1886) de Edmundo de Amicis.
A partir del siglo XX, con el desarrollo del triángulo industrial Milán-Turín-Génova los usos del italiano del norte se imponen y es Milán la ciudad que marca las pautas.
Una característica muy curiosa del italiano es que ostenta la cualidad de ser el idioma que más se habla con las manos, ¿se imaginan a un italiano hablando sin gesticular? Difícil, ¿verdad? En cambio, en seguida nos viene a la cabeza un italiano juntando los dedos a la altura de la cara y gritando «Ma, ragazzo, cosa hai fatto?»
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