Si llegara el fin del mundo a mí me pillaría sin libros pendientes. Tengo esa grandísima suerte. Me tocaría releer, algo que no hago nunca y que no me gusta nada. Si el libro me gustó tengo miedo de que desaparezca el hechizo y si no me gustó, para qué volver a abrir sus páginas. Al protagonista del último libro de Antonio Muñoz Molina el fin del mundo le pillaría bien aprovisionado.
«Llama un operario de Alexis para confirmar una cita y cuando me dice que vendrá en la segunda-feira, o en la quinta-feira, tengo que esforzarme todavía en averiguar que me está hablando del lunes o del jueves. He leído que en muchas culturas primitivas no existen las semanas, y que los días no tienen nombre, ni tampoco una fecha, ni existe el cómputo de los años. En un número sorprendente de idiomas no existe la palabra «tiempo». Otras lenguas carecen de tiempos verbales diferentes. Lo he leído en uno de los libros que llegaron en las cajas de Nueva York, y que por fin he podido ordenar en las estanterías que ha construido e instala «en un tiempo récord» el carpintero que trabaja para Alexis. La biblioteca es otro almacén de víveres para la espera del fin del mundo, para la larga reclusión que ha de llegar más pronto o más tarde. En la otra casa la biblioteca estaba en el vestíbulo. En esta la he instalado en el lugar que Cecilia eligió desde el principio, el pasillo que atraviesa de un lado a otro el apartamento, entre el salón y la cocina. Por la mañana viene la claridad del balcón que da a la calle; por la tarde, desde la puerta de la terraza. En el pasillo, situado entre los dos, siempre hay una cierta penumbra, una luz oblicua que roza los lomos de los libros. Los estantes huelen a madera fresca y a taller de carpintería. Fui sacando los libros de las cajas y distribuyéndolos por los anaqueles y me di cuenta de que tengo garantizado para mucho tiempo el alimento de la lectura.»
Antonio Muñoz Molina: Tus pasos en la escalera
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