Hay un libro del gran Alex Grijelmo titulado Palabras moribundas que procede de un antiguo espacio de radio del mismo nombre y en el que se recogen una serie de vocablos en fase terminal.
Algunas de esas palabras desaparecen porque el objeto que representan ya no se usa, sería el caso de palangana, asperón, enagua, fresquera, lavativa, palmatoria o pizarrín… Hay otros términos, también mencionados por Grijelmo que, en mi modesta opinión, aunque se pierdan en el habla cotidiana, sobrevivirán en los textos literarios como zascandil, trapero, pasquín, cosario, cachivache o baladí.
Por razones de respeto o corrección política ya no sé dice mongólico o subnormal, pero, en cambio, se está volviendo a utilizar elepé, con la recuperación de los discos de vinilo. Es como si estas palabras que ya no se usan las guardáramos en el desván a la espera quizás de que vuelvan a estar de moda.
El otro día, me sorprendió mi hijo diciéndome que se encontraba fulastre, que es una palabra que ya apenas se utiliza (al menos yo no la oigo en mi entorno) y que, sin embargo, decía mucho mi madre. Se ve que hay palabras resilientes que se resisten a desaparecer y sobreviven en el lugar en el que guardamos los recuerdos de nuestra infancia.
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