Es tan peculiar la forma de hablar de cada uno que esto se agudiza cuando tenemos cerca a alguien cuyo idioma materno es distinto del nuestro. Los errores que comete, los giros, la pronunciación… todo adquiere un matiz especial que añadimos a la forma de ser de esa persona. Pasa también con los niños, con esos participios irregulares que ellos hacen regulares, con esas construcciones inverosímiles que inventan. Me encanta esta cita porque tiene algo de eso, describe a la perfección cómo llegamos a amar la incorrecta forma de hablar nuestro idioma de un extranjero. Todo esto me lleva a acordarme mucho de ti, Iván.

«Aunque su ortografía era un desastre (más o menos como la de cualquier joven francés de hoy) puede decirse que su oído no lo engañaba. Me di cuenta de que vivía buscando sonidos familiares en un alfabeto extraño, inventando una especie de fonética fronteriza. Con el tiempo, yo misma me acostumbré a su manera de vocalizar las palabras más comunes. Cuando alguien las pronunciaba bien, me sonaban previsibles, sin sabor.

Lo que más me gustaba eran nuestros diálogos cotidianos, que se volvían tiernos sin querer. Al salir de su buhardilla, por ejemplo, yo decía: Mi amor, me voy. Y él, en vez de saludar, contestaba: Mi amor, me quedo. A través de esas dulces torpezas, yo trataba de imaginarme cómo era su idioma. Más que hablarlo por mí misma, deseaba deducirlo a través de él. Fui descubriendo que es posible iniciarse en una lengua gracias a los errores que sus hablantes cometen en la nuestra. Igual que en el amor, los errores hablan de nosotros más que los aciertos.

A cambio de todas estas dificultades, Yoshie admiraba la libertad sintáctica del francés. Primero la encontró caótica, incontrolable. Y más tarde inspiradora, revolucionaria. Él estaba seguro de que eso influía de algún modo en la historia francesa. A mí ni se me había ocurrido. Recuerdo que le sorprendía mucho la movilidad de nuestros adjetivos. Él los anteponía siempre, hasta que le hice ver que así sonaba ridículamente poético. ¿Y qué tiene de ridículo sonar poético?, me preguntaba.»

Andrés Neuman: Fractura