Seguro que alguna vez les ha dado por pensar por qué es el inglés la lingua franca de nuestros días, ¿por qué no el francés o el alemán o el español? Está claro que el inglés como lengua no posee ninguna cualidad intrínsecamente maravillosa que la eleve sobre las demás. Su pronunciación no es más sencilla, su ortografía es ilógica y endemoniada y su gramática complica en la sintaxis (con el orden de las palabras en la frase) lo que de fácil tiene en morfología (no tiene casos ni género).

Al parecer la razón está en el poder de sus hablantes. Estamos hablando del poder político, tecnológico, económico y cultural. Cada uno de ellos influyó en el desarrollo del inglés en diferentes épocas. El poder político nació con el colonialismo que difundió el idioma por todo el mundo a partir del siglo XVI. El poder tecnológico vino asociado a la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX, cuando más de la mitad de los científicos y técnicos que la fraguaron trabajaban utilizando el inglés como lengua de comunicación. El siglo XIX fue el del crecimiento del poder económico norteamericano, que sobrepasó rápidamente al británico a medida que su población crecía e incrementaba en gran número la cifra de angloparlantes. En el siglo XX presenciamos el desarrollo del cuarto poder, el cultural, manifestándose prácticamente en todos los ámbitos de la vida a través de esferas de influencia principalmente norteamericana.

Por todo esto el inglés se convirtió en la lengua internacional de nuestros días.