Lucio Muñoz y Amalia Avia esperaban su cuarto hijo. Deseaban una niña porque ya tenían tres varones y hasta tenían pensado el nombre: Aranzazu, como la basílica en cuyo ábside Lucio Muñoz acababa de realizar el que sería uno de los trabajos más importantes de su vida. Pero nació Rodrigo, el autor de esta crónica: «En este libro hablo de quiénes fueron mis padres y cómo fue mi vida con ellos. Uno debe escribir de aquello que más sabe, debe compartir, de la manera más honesta que sea capaz, la mejor historia que lleve dentro. En este momento esta era mi mejor historia, la de mis padres, la de mi origen».
Y Rodrigo escribe con auténtico cariño la historia de su familia, habla de cómo pintaban y cómo vivían sus padres, él más centrado en su pintura, más introvertido; ella compaginando, cómo no, familia y pintura. Y habla también de cómo fueron su propia niñez, su adolescencia y su madurez. El hijo de los artistas hace una crónica amable de su familia, centrada sobre todo en sus padres y en la relación que él tenía con ellos.
Lucio Muñoz es un padre y marido devoto pero inevitablemente centrado en su pintura mientras Amalia Avia es un personaje con más esquinas, Rodrigo la retrata como una madre cariñosa, siempre dispuesta al abrazo, atareada con las cosas de casa, sacando tiempo de debajo de las piedras para pintar. Una mujer que entristece a la puesta del sol y que entristeció definitivamente en el atardecer de su vida.
Es la historia de una familia famosa pero de la que a uno le hubiera gustado formar parte.
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