Escribir para dejar constancia de nuestro paso, para aportar un testimonio. Escribir para que otros lean, para que sepan que no están solos. Escribir para sacar lo de dentro, para aliviar el peso del alma. Escribir porque sí, porque si escribo, existo.

«Escribirlo todo: el paso de las horas y las respiraciones (…). Escribir el sinsentido de los sentidos aparentes. La oscuridad que no se ve. El silencio en medio del bullicio. La risa como solución del miedo, y el miedo como solución ante la incapacidad de reír. Escribir que te levantas cada día sabiendo que adentro están muriendo células y es tu muerte demorada; y tienes que adelantarte y hacer algo, o hacer como si no pasara nada y esperar. Escribir como si fuera la única certeza de que has estado aquí. El papel es biodegradable, pero demora un poco, y al menos queda la esperanza de que alguien pueda leerlo. Alguien que sabrá que estuviste, y lo contará a otro, el otro al otro, y así. La palabra no sufre de biodegradación. Las palabras se quedan y tú tienes que escribirlas. Escribir como si la existencia toda necesitara de certezas: inscripciones de nacimiento, certificados de defunción, y un cuño, que garanticen tu estadía. Escribir que entre la inscripción y el certificado padeciste insomnios, y fuiste feliz, y algunas cosas te daban dolor de barriga, y estornudabas cuando veías el sol, y todo era importante, aunque fuera trivial, parte del cotidiano de todos los presentes. No hay existencia que no merezca ser contada; sin tu paso y el mío, el mundo sería otra cosa. Y cuando dejemos de estar será también otra cosa, pero quizás más sabia. No queda más salvación que escribir. Y escribir como para alcanzar la integridad del transcurso. Queda registrado el proceso de transformación de la materia. Que la puerta de casa, antes de ser puerta era un pedazo de leño, que antes fue un árbol, que antes fue una plantita, que antes fue… Entregar original y dos copias, bien documentadas y con firma. Estuve aquí: todo está escrito. Y amén.»

Karla Suárez: La Viajera