Arrastran sendos maletones por el Boulevard. Es sábado, luce el sol y corre una ligera brisa. Son altos y estilizados, probablemente alemanes o de algún país centroeuropeo. Les llama la atención la música que surge del quiosco y la gente que baila en el centro de la alameda, bajo los árboles. Es una danza típica vasca que puede ser bailada por mucha gente a la vez. Observo a la pareja de turistas y recuerdo nuestra llegada a Malmö. Aquella plaza bulliciosa, llena de terrazas y de gente que charlaba y reía. Recuerdo nuestro asombro y la calidez que sentimos. Parecía que la ciudad nos estuviera esperando para darnos la bienvenida.

¿No se suponía que los suecos eran fríos e introvertidos? Los estereotipos funcionan y a menudo nos sorprenden. Pienso que esta pareja se debe de sentir como nosotros en aquella plaza, contentos y bienvenidos, pensando que llegan y llegábamos a una ciudad abierta, de gente tranquila y amistosa. Me dan ganas de pegar la hebra con ellos, saber de dónde son y por qué han venido a Donosti pero me reprimo y les dejo seguir su camino, olfateando la ciudad, descubriendo el lugar en el que han puesto sus expectativas vacacionales.