A contraluz es una novela extraña. Podría no ser una novela sino muchas historias en una magistralmente encajadas, podría también ser la primera historia narrada en primera persona que, sin embargo, no habla de la protagonista, es como si la autora, la canadiense Rachel Cusk, colocara otro narrador entre ella, la autora, y nosotros, los lectores.

La protagonista es una escritora inglesa que llega a Atenas con el objetivo de impartir un curso de escritura. Ya en el avión su vecino de vuelo, nombre con el que se dirigirá a él a lo largo de toda la obra, le cuenta su vida, le habla de su pasado sentimental, sus matrimonios, sus hijos, explica que es un embajador que ha recorrido numerosos países y habla varios idiomas. Comienza así una relación que se mantiene a lo largo de toda la novela, si bien es verdad que sujeta con alfileres.

Nuestra protagonista va narrando las historias que le cuentan las personas con las que se tropieza en su periplo por la ciudad griega. Y a través de lo que le cuentan, a contraluz, vamos atisbando pequeños detalles que también hablan de ella, no solo de sus interlocutores. Se van levantando ante nuestros ojos muchas historias, todas interesantes, todas dignas de una novela, que te atrapan en su tela de araña y que cuando terminan, como si despertaras de un sueño, te das cuenta de que no son «la historia» de la novela, sino que hay que volver al cauce del río desde ese arroyo al que nos hemos desviado.

A contraluz muestra que detrás de cada uno de nosotros hay una historia y que «por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela»*.

 

* Cita de Benito Pérez Galdós