«Viajamos durante muchas horas hacia el oráculo. Mientras tanto, por el camino, mi mamá nos iba contando de la fuerza y el poder de las pitonisas, las sacerdotisas del templo que, en la antigüedad, actuaban como vehículos del oráculo al permitir que las embargara el ενθουσιασμό, o entusiasmo. Recuerdo la definición que dio mi madre del término, dividiéndolo en dos partes. Hizo una especie de gesto como de cortar algo con sus manos, una mano como tabla y la otra como cuchillo, y dijo: «en, theos, seismos», que quiere decir algo así como «en, dios, terremoto». Creo que lo recuerdo todavía porque, hasta ese momento, no sabía que las palabras se podían dividir en partes para entenderlas mejor. Luego explicó que el entusiasmo era una especie de terremoto interno que se produce cuando uno se permite ser poseído por algo más grande y más poderoso, como un dios o una diosa.

Mientras avanzábamos rumbo al oráculo, mi madre nos habló sobre su decisión, un par de años antes, de dejarnos, de dejar a su familia, para unirse a un movimiento político. Mi hermana le hizo preguntas difíciles y a veces hasta agresivas. Aunque amaba a nuestro padre, explicó mi mamá, lo había estado siguiendo de un lado a otro toda su vida, dejando siempre de lado sus propios proyectos. Y tras muchos años así finalmente había sentido un «terremoto» interno, algo que la había sacudido profundamente y que tal vez incluso había destrozado una parte suya, y por eso había decidido irse y buscar una forma de arreglar eso que estaba roto. O tal vez no arreglarlo, pero al menos entenderlo.»

Valeria Luiselli: Desierto sonoro