«Mis padres no eran lectores compulsivos como luego lo fui yo, pero leían regularmente y por ahí empezó mi vicio de la lectura. Él solía hacerlo antes de dormir y tenía una costumbre que me encantaba. Cuando terminaba, en lugar de dejar el libro en la mesita de noche como hacía mami, lo ponía en el piso, junto a la cama y a sus chancletas. A mí me hacía mucha gracia entrar en el cuarto de ellos durante el día, porque ahí estaban el libro y las chancletas como si estuvieran enfrascados en una gran conversación. Y como eso me parecía tan gracioso, quise imitarlo. Apenas mis padres descubrieron que me gustaba leer, empezaron a regalarme libros y entonces yo los iba colocando en una pila junto a mi cama y, por supuesto, junto a mis chancletas. Cada libro presidía la columna mientras duraba su lectura pero, una vez terminada, este pasaba al librero de mi cuarto junto con los ya leídos. Entonces, para que la pila nunca estuviera vacía, mi padre me compraba más y más. Creo que lo primero que me gustó de los libros fue que eran como ventanas que podía abrir para salir corriendo a través de ellas y tener experiencias distintas y luego volver y seguir estando con la gente que más quería y contarle de las historias que había vivido mientras estaba leyendo».

 

Karla Suárez: El hijo del héroe