Encuentro este largo párrafo en el último libro de Lina Meruane. En él hace algo que he solido hacer yo en este blog en alguna ocasión: tomar un término que se utiliza en diferentes expresiones y armar un relato con él. Resulta curioso ver reunidas tantas expresiones que utilizan la misma palabra de base y que, sin embargo, tienen un significado tan diferente. En este caso se utiliza el término «cabeza» y con él encontramos expresiones conocidas y otras que yo no había oído nunca y que, imagino, se utilizarán en Sudamérica. Espero que les guste.

«Observación de un puño que se encumbra entre el alumnado, una sola mano morena y unos dedos de uñas pulidas que se alargan para preguntar por qué la profesora se refería con tanta frecuencia a su cabeza. ¿Cabeza? Varios estudiantes asienten, sí, sí, su cabeza y la nuestra, apuntar todo en la cabeza, dice una, encender la cabeza, explotarla, añade otro, perderla, centrifugarla y liberarla para imaginar el universo. Tenían sus frases anotadas como una denuncia. Cabeza de cobre, espetó su único alumno pelirrojo. Cabezas huecas dijeron a coro los de la última fila, dándose de cabezazos. Otro la acusó de haberle dicho que su respuesta no tenía ni pies ni cabeza. Que no hablara cabezas de pescado. Y que las cabezas duras se partían antes que las demás. La profesora había osado decirles que por más neuronas que tuvieran en la cabeza siempre les faltaría memoria: un viejo teléfono era más rápido que cualquier de sus cerebros, pero que no por eso se hicieran caldo de cabeza. Ella no recordaba haberles dicho todo eso y no entendía que la lentitud les pareciera un insulto. Esa lentitud le hacía espacio a la intuición y a la conjetura. Era como sacarse el cerebro y ponerlo afuera, sobre una mesita, y dejarse alumbrar por su masa eléctrica de neuronas. Sintió que se le vaciaba la cabeza mientras los alumnos de esa mañana esperaban que dijera algo más, que se defendiera o se arrepintiera, que les pidiera una disculpa. Pero la palabra cabeza repetida tantas veces se le había vuelto incomprensible. Dejó caer hacia adelante todo el peso de su cráneo, esos 6 kilos de hueso, ese kilo y medio de proteínas rocío grasa gris de un cerebro atravesado por la probabilidad de la esclerosis. Ese era el centro neurálgico de su desvelo, su cabeza, no la de ellos, no la de sus frases, pero no se los iba a decir.»

Lina Meruane: Sistema Nervioso