«-Me parecía que, mientras la opinión que cada uno tenía del otro no cambiara, la situación no tendría salida. Tenía la sensación -continuó-, sensación que conservo desde entonces y que se agudiza cada vez que discutimos, de estar atrapada con él en una red de palabras, los dos enredados entre nudos y cuerdas, convencidos de que podríamos decir algo para liberarnos, pero cuantas más palabras pronunciábamos, más enredos y nudos había. Me descubro acordándome de lo sencillos que eran esos tiempos en los que todavía no habíamos cruzado una sola palabra: ese es el momento al que me gustaría volver, justo antes de que abriéramos la boca para hablar.

Miré a la pareja de la mesa de al lado, un hombre y una mujer que habían cenado en un silencio prácticamente absoluto. Ella había dejado el bolso en la mesa, delante del plato, como si le preocupara que pudieran robárselo. Estaba entre los dos, y los dos lo miraban de vez en cuando.».

Rachel Cusk: A contraluz