«Cuando le preguntó a su vecino cómo había logrado dominar tantos idiomas, él le describió su método: lo que hacía era construir mentalmente una ciudad para cada idioma, construirla con tanta firmeza y solidez que siempre se mantuviera de pie, sin importar las circunstancias de su vida o cuánto tiempo pasara lejos de la ciudad en cuestión.

-Me imaginé todas esas ciudades hechas de palabras y lo vi a él deambulando por ellas -dijo Anne-, primero por una y luego por la otra, una figurita en medio de esas imponentes estructuras. Le dije que esa imagen suya me recordaba a la escritura, aunque una obra de teatro era más una casa que una ciudad; y recordé lo fuerte que me sentía cuando escribía esa casa y la abandonaba y, después me volvía a mirar y veía que aún estaba allí. Y al recordar esa sensación -continuó-, tuve la certeza absoluta de que nunca más escribiría otra obra de teatro, y no fui capaz de recordar cómo había podido escribir alguna, para empezar, ni cuáles eran los pasos que había seguido, ni qué materiales había utilizado. Pero sabía que, ahora, escribir una obra sería tan imposible como construir una casa sobre el agua, flotando en el mar.»

Rachel Cusk: A contraluz