«Miraba cómo nos hacía el flan. Iba anunciando los pasos: «Y ahora una cucharada de azúcar en comuelgo». ¿En comuelgo? Sí, me dijo, bien colmada. Busqué en el Drae: viene, en cogüelmo. Me acordé de Unamuno, para quien esas palabras eran lo que para Proust su magdalena. Hace tiempo leí que alguien, amante de las palabras «raras» y arcaísmos, decía que no le importaba encontrarlas o usarlas «si estaban en sazón». Especialmente las que forman parte de nuestra vida doméstica. ¿Cómo no usar pinza para la piel de la cebolla, tastana para las telillas de la granada y fárfara para la del huevo. El filólogo PÁdeMiranda tiene un precioso artículo, «Las palabras inusitadas», a propósito de las que algunos escritores, como Azorín o Miró, tomaron del diccionario, más que de la vida, para devolvérselas a la vida, como quien repuebla de truchas un río. Comprende uno la alegría de Ferlosio el día que oyó a un labrador extremeño hablar de tierras lígrimos, adjetivo que hasta ese momento sólo era para él un verso memorable de Unamuno: «lígrimos, lánguidos, íntimos». Si me gustan tanto Unamuno y Azorín es porque en ellos todas esas palabras vienen con su sazón y nos las sirven ellos «en comuelgo», como le acabo de oír a mi madre, y en ella a mi abuela, y a cuantos remontan el río de la lengua castellana hasta sus fuentes primordiales.»

 

Andrés Trapiello: Diligencias