Tengo una amiga con la que me solía cruzar correos, la mayoría de las veces divertidos pero alguna que otra, desoladores. Los tenía completamente olvidados hasta que ella, después de un tiempo sin vernos, me ha escrito preguntándome si los tenía archivados, pues ella los había perdido. Y resulta que sí, que los tengo, están en la nube virtual aunque yo los había olvidado por completo. Va a ser verdad eso de que el subconsciente se apresura a olvidar lo que no le interesa recordar. Así decía uno de ellos:

«Qué envidia me das de vacaciones por ahí, perdida en esos campos que me imagino verdes, ondulados, con un ciprés aquí y otro allá y las torres de las iglesias asomando enhiestas entre colina y colina. Lejos de padres, hijos y demás parientes, Mi familia y otros animales, que decía Gerald Durrell. Estuve ayer con mi madre en el Hospital, en Cuidados Paliativos. Se pone a hablar y a hablar y dice tantas cosas que no vienen a cuento que me desespero. La médico tiene mucha paciencia, se ve que ha hecho unos cuantos cursos de los de «hay que escuchar al paciente», pero tiene su mala leche también. ¿Te conté que mi madre no se quiso hacer una punción en el pulmón? Se la había propuesto esta médico y está enfadada porque no se la ha hecho, así que cuando mi madre dice «pero, ¿cuándo me voy a poner bien?» porque ella está en que se tiene que poner bien, 86 años y «una larga enfermedad» después, la médico le contesta «Uy, Elvira, pero si no quisiste hacerte la prueba, ahora no me puedes decir nada». Y se olvida de que la prueba no tenía ningún efecto curativo, únicamente se trataba de ver si se le podía poner radioterapia con finalidad paliativa, así que la respuesta de marras no tiene ningún sentido y además es cruel. Estos médicos no acaban de entender que uno tiene libertad para elegir lo que quiere hacer con su cuerpo, con su salud y con su vida. Así que mucha paciencia para escuchar tonterías pero muy poco respeto por la persona en sí. Mi madre hablaba de lo mal que come y contaba que por la noche vienen dos chicas a traerle la cena y que son majísimas, fíjate tú si serán majas «que las quiero tanto como a mi hija», y su hija que estaba allí, sentada en la silla de al lado, a pesar de que llevaba puesto el traje ignífugo y debajo el impermeable se vio traspasada por semejante misil y se le cambió la color. Llegué a tiempo de controlar las lágrimas diciéndome que qué tontería, que por supuesto no pensaba eso y que a ver si a estas alturas de la vida todavía no la conozco. Pero está visto que alguien tan cercano como una madre tiene la capacidad de llegarte al alma y provocar un tornado cuando menos te lo esperas.»