Hélène es la profesora de Théo, un niño de doce años en el que intuye una herida profunda. Mathis es el único amigo de Théo. Cécile es la madre de Mathis, una mujer de procedencia humilde a la que está a punto de saltarle por los aires la paz de su casa. Con estos cuatro personajes Delphine de Vigan construye Las lealtades.

Théo es hijo de padres divorciados que comparten su custodia. La madre odia ferozmente a su ex, hasta el punto de que cuando Théo vuelve de pasar la semana con su padre, la madre le evita hasta que piensa que el halo de su ex marido se ha evaporado de su hijo. El padre perdió el trabajo y cayó en una depresión que le lleva a pasar el tiempo encerrado en una casa abandonada en la que no se abren las ventanas ni se hace la compra. Así vive Théo, con la complicación añadida de que su padre le ruega que no diga nada a nadie pues no podrá verle más.

A estas alturas ustedes estarán pensando que vaya dramón y que ni hablar de acercarse al libro. Pero si recordamos el título de la novela veremos que hay algo más: las lealtades. La lealtad de la profesora para con su alumno, la necesidad de ayudarle; la de Théo para con su padre, no dirá nada de lo que pasa entre esas cuatro paredes; la lealtad de Mathis, el amigo fiel que le acompaña; la de Cécile para consigo misma. Y aquí la novela ofrece una salida, muestra que, a pesar de todo, las personas no estamos solas, que, en la mayor parte de los casos, estamos rodeadas de una estrecha red que nos ayuda y nos cuida.

Se podría decir de esta novela que es una historia desoladora y alentadora a la vez, porque lo mejor y lo peor está en nosotros, somos capaces de odiar al hijo que pasa una semana con el padre que detestamos y también somos capaces de poner nuestra vida patas arriba por un alumno que necesita ayuda.

Y ahora ya ustedes deciden si leer o no este libro.